Tengo que hacer cosas productivas: levantarme, ir al gimnasio, desayunar, leer, meditar, trabajar, escribir, estudiar, esparcirme, montar un negocio… hacer, hacer, hacer.
Ser productivo lo entendemos como “hacer algo” que nos genere un beneficio o produzca algún bien del cual me pueda valer para seguir produciendo.
Para saber si tuvimos un día productivo, verificamos la lista de pendientes. En caso de chequear todos ellos, fue un día productivo, pero mientras menos ✔ haya en la lista, debemos esforzarnos más.
Nuestra sociedad –la sociedad del consumo– ha adoptado la productividad como una narrativa vinculada al «logro de objetivos” que determinarán el éxito de una persona. Este éxito está definido por el mismo sistema que plantea la narrativa de la productividad.
¿Es posible ser productivo sin hacer nada?
Imagina que has estado toda la mañana sentado en una banca en el parque, observando como una araña teje su tela entre dos ramas de un árbol que está justo enfrente. Cuando la araña termina su tejido, retomas tu ritmo de vida; te das cuenta de que pasaste toda la mañana viendo a esta araña, ¿podrías decir que esa mañana fue productiva o dirías que perdiste la mañana?
Hay una fuerte estigmatización hacia la determinación de “hacer nada”, como en la escena de la banca. Tenemos tantos prejuicios con respecto a este tema que tengo amigos que ven las horas de sueño como tiempo perdido, porque “están sin hacer nada” cuando pudieran estar “haciendo algo” para producir.
Pero de eso se trata este ciclo: producir para consumir los productos que voy utilizar para seguir produciendo. Sentarse a admirar una flor, escuchar las olas del mar chocar con las piedras o simplemente observar a la gente pasar, es de locos. Claro, cuando la “normalidad” es el “corre corre”, cualquiera que se detenga ESTÁ LOCO.
No estoy haciendo una apología al sedentarismo, al contrario, resulta que el “hacer nada” es incluso más complicado que estar haciendo algo todo el tiempo. Nos encanta estar haciendo cosas, porque al hacer algo me abstraigo de mí, y enfoco todos mis sentidos en ese algo. Esto se nos hace «sencillo» porque estamos familiarizados con ellos, es cognoscible, palpable y verificable mentalmente.
En cambio, hacer nada nos orienta a que enfoquemos nuestros sentidos en nosotros mismos; en algo que no es cognoscible, palpable ni verificable mentalmente, y eso nos aterra.
Si nos trasladamos a la escena de la banca en el parque, lo más probable es que tengamos pensamientos como el siguiente: “¡qué perdida de tiempo!, debería estar generando plata”… y se genera un sentimiento de aburrimiento o frustración.
Sin embargo, la mayoría de las veces ni siquiera nos permitimos llegar a ese momento de aburrimiento o frustración, no le prestamos atención, no dejamos que suceda, porque hay que producir y «no hay tiempo para mariqueras”.
Entonces, ¿Es posible ser productivo sin hacer nada?
Sí.
El sistema del cuerpo es como un teléfono celular. Cuando el celular tiene la carga completa lo podemos usar para producir: enviar correos, mensajes, divertirnos, etc. Luego se acaba la batería y hay dos opciones: cargarlo y seguir usándolo (lo que retrasaría el proceso de carga y además aceleraría el deterioro del celular) o dejarlo cargando el tiempo que sea necesario, y retomarlo cuando esté listo. Esto último reduciría el riesgo de deterioro, sin sobrecargarlo. A lo largo del tiempo el teléfono será más productivo.
El «hacer nada» lo podemos aprovechar para CONECTARNOS con nuestro ser y CARGARLO de energía. No solo nos beneficia para mantener y desarrollar nuestras habilidades en el mundo exterior, sino para mantener y desarrollar nuestro mundo interior que, a la larga, descubrimos que es incluso más productivo.
Esto suena muy bonito, sin embargo requiere un compromiso personal para desaprender y reprogramar la mente con una narrativa más orgánica. En mi proceso de desaprendizaje, aún no he llegado a ese momento de admiración del tejido de una araña, porque sigo en el corre corre de la vida. Este escrito, si bien es cierto fue inspirado por un amigo y su ímpetu por la actividad constante, en última instancia es un reflejo de mi propio ímpetu para mantenerme en constante acción.
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